Nos acercamos al estrecho de Bonifacio en la isla francesa de Córcega, uno de los más temidos por los navegantes, por sus fuertes vientos y corrientes. Al estar las dos islas cerca; Cerdeña y Córcega, el viento se enchufa, y llega a soplar muy fuerte y levanta oleaje, aprovechamos un día con poco viento para poder cruzarlo. Tiene unas formaciones rocosas muy curiosas, el puerto queda al fondo de una bahía estrecha, protegido entre acantilados, el pueblo antiguo esta en lo alto de uno de ellos. Llegamos al puerto el Domingo 18 de Setiembre de 2011.
El marinero que nos ayudo a amarrar era un maleducado y lo hizo de muy mala gana, después de haber estado en Italia la amabilidad de los franceses no tiene nada que ver con la de los italianos. Anunciaron que iba a haber mucho viento por la noche y la mañana del día siguiente, así que amarramos bien el barco, nos tardamos un par de horas en dejarlo listo, en la marina había más gente haciendo lo mismo. Esa noche nos quedamos dentro, hubieron rachas de 30 nudos dentro del puerto, las amarras jalaban de un lado a otro y el viento soplaba, se escuchaba como soplaba en los mástiles de los barcos toda la noche, haciendo un ruido intenso. Recién salimos en la tarde del día siguiente, fuimos a la ciudad antigua que esta en lo alto del acantilado, son muchas escaleras hasta llegar, pero te puedes parar en el camino y ver el mar desde lo alto, se ven las rocas y el oleaje que rompe en ellas, el agua es turquesa en la orilla, es un paisaje con mucha fuerza, nos quedamos un buen rato disfrutándolo.
Entras al pueblo por una gran puerta, y es como si te transportaras a otra época, las calles todavía son de piedra, con casas antiguas, algunas convertidas en restaurantes y otras en tiendas de artesanías o de productos corsos; como embutidos, quesos de cabra y pasteles. Cenamos en uno de los restaurantes y de postre no podían faltar las crepes con nutella.
Al día siguiente, 20 de Setiembre era mi cumpleaños, nunca imagine que estaría viajando y conociendo el mundo en un barco de vela, junto a la persona que quiero, dicen que la felicidad sólo es verdadera si es compartida. El viento ya había bajado y volvimos a la calma, salimos del puerto por la tarde con una buena dotación de pasteles para celebrar mi día. Dejamos los impresionantes acantilados por detrás, se veía la ciudad pequeñita en lo alto. Navegamos a vela con buen viento por dos horas, hasta las islas Lavezzi, donde vimos el atardecer, pasamos la noche fondeados y una nueva etapa en mi vida empezaría, adiós a los treintas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario