Desde niña siempre había escuchado hablar de Napolés, porque tengo un tío de allí y siempre que nos visitaba hablaba de su ciudad, y mi tía contaba anécdotas muy divertidas de la gente, parecían escenas de películas italianas, el típico familión con la nonna (abuela), sentados todos en la mesa y la mamma llevando una olla enorme de spaguettis, todos hablando y discutiendo al mismo tiempo. Eso es Napolés caótica pero familiar. Decidimos ir en el ferry desde Procida, porque nos habían comentado que las marinas de Napolés son caras y un poco peligrosas porque a veces roban. Llegamos al puerto y lo primero que vimos son los dos castillos que están conectados entre si por un paseo a la orilla del mar Tirreno, el Maschi Angioiono y el Castello dell´Ovo. Desde allí fuimos caminando al centro, antes entramos en la Galleria Umberto I, que junto con la de Milán es de las más bonitas de Italia, con el piso decorado, vitrales en el techo, tiendas y cafeterías en su interior.
Saliendo de allí caminamos hasta la plaza plebiscito, una plaza circular y grande, donde está la Iglesia de San Francisco de Paola, justo se estaba celebrando una boda, cuando salieron los novios les aventaron papelitos recortados en forma de corazón, todavía conservo uno.
Eso si, el tráfico es bastante caótico, los autos no ceden el paso a los peatones y las motos van a toda velocidad, pero eso no me sorprendió nada porque es como en México, recuerda un poco a la ciudades del tercer mundo, aunque estás en Europa. Nos habían advertido de que es peligrosa pero en ningún momento me sentí insegura por sus calles, al contrario me pareció muy vital, llena de gente por todos lados, pero un poco sucia y caótica, en algunas zonas. La via Toledo es la calle comercial con tiendas y vendedores ambulantes, había un vendedor de peperoncino, una especie de chile muy típico que se usa en la comida italiana, tenía un gorro con peperoncinos, vendía llaveros, magnetos y postales. Entramos a la heladería Infante, a tomar un helado de nocciola (avellana) y limoncello, mis sabores favoritos.
Subimos en el funiculare centrale a la zona de San Marino, un barrio con casas y edificios antiguos muy bien conservados, es un barrio residencial. Al lado de la Certosa de San Marino hay una vista panorámica de la ciudad, nos quedamos un buen rato disfrutando de la vista, y hacia la derecha se ve perfectamente el Vesubio a lo lejos.

En Napolés se inventó la pizza y la más típica es la margarita, con masa delgada y crocante, tomate fresco, mozarella de búfalo y albahaca, un verdadero placer para el paladar. Se come delicioso, son comensales exigentes y a la gente le encanta hablar de comida, cuentan que todas las madres napolitanas son excelentes cocineras y lo primero que pregunta a sus hijos al despertarse es ¿qué quieren de comer?.
Por la tarde bajamos en el funicular hasta la piazza de Gesú y la iglesia de Santa Chiara, hay muchas iglesias en toda la ciudad y por dentro son super bonitas, con imágenes de cristo, vírgenes y cuadros antiguos, son verdaderos museos. Antes de regresar al ferry nos comimos unas porciones de fritti misti, hay pequeños locales donde solo venden frituras de verduras (berenjena, brocoli, alcachofa), pescado y queso, te las dan en unos conos de papel, están buenísimas. Regresamos al barco agotados pero satisfechos y felices.
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