Llegamos en el atardecer a Ischia; la isla Esmeralda, las campanas de la iglesia estaban tocando, mientras pasábamos al lado del Castillo Aragonés que está en lo alto de una isleta unida por un puente. Era como una escena de película las luces de Ischia Ponte se encendían y los últimos rayos de sol se ocultaban en el mar, mientras la luna casi llena iluminaba el castillo y el olor a leña inundaba el puerto. Allí pasamos la noche anclados en ese lugar maravilloso.
Al día siguiente tuvimos que salir hacia Procida, la isla de enfrente, para refugiarnos en la marina Coaioella porque iba a entrar un fuerte viento por la tarde, e Ischia ya no era seguro para estar con el barco, el fondeadero estaba muy expuesto. Ya en Procida después de que los marineros nos ayudaron a amarrar el barco dimos una vuelta en bicicleta y fuimos hacia el puerto, hay que ir con cuidado porque vas por una calle muy estrecha, los autos pasan muy cerca, hay casas por los dos lados, hasta que llegas a una plaza donde se divide la pista y tomas un bajada muy pronunciada hasta llegar al mar. La gente en la isla es super amable, entramos a un tienda a refugiarnos de la fuerte lluvia, aprovechamos para comprar verduras y fruta, nos quedamos casi una hora conversando con el dueño, me encanta hablar el italiano me parece muy melódico aunque no lo hablo perfectamente, más bien es un italiano españolado. El viento ya había entrado, aunque la marina estaba protegida se escuchaba como soplaba, los mástiles de los barcos se movían y las escotas hacían ruido.
Fuimos a Ischia en el ferry, de allí tomamos un bus al otro lado de la isla que nos llevo a Forio, queríamos ver la iglesia de Santa María que está en lo alto de una calle, es blanca y tiene unas cruces en el patio de entrada, dentro es pequeña y hay barcos pequeños colgados del techo, los marineros los ponen como ofrendas y rezarle a la virgen para que los proteja en el mar. El viento soplaba muchísimo, y casi te empujaba, el mar estaba bravo y con mucho oleaje.
Bajamos por la calle principal y en el camino vimos una puertita donde entraba gente, nos asomamos y había una viejita que vendía croquetas, así que probamos unas de salami y otras de papa, estaban muy buenas. Tomamos el bus para ir al Castillo Aragonés, pero justo en el camino se malogro, y tuvimos que bajarnos todos los pasajeros, esperamos una hora hasta que llegara otro, pero cuando llegamos al castillo ya estaban por cerrarlo, y para mala suerte había tanto viento que las olas reventaban en el puente y nos empapamos. No se parecía nada al día que llegamos, es impresionante como el tiempo puede cambiar de un día a otro, y el mar se vuelve salvaje. Volvimos a Procida en el último ferry de las 8 de la noche. Por la mañana fuimos caminando a Corichella, un pueblito encantador de pescadores, ahora turístico porque allí se filmó en 1994 la película "il postino", el cartero de Neruda, en español. El puerto esta lleno de lanchas y embarcaciones de pescadores locales y las casas están construidas hacia arriba, subes por escaleras laberinticas entre las casas, pintadas de colores pero ya deslavadas y deterioradas por el paso del tiempo y la humedad del mar. Es como si el tiempo se hubiera detenido. Comimos en el restaurante donde se filmaron algunas escenas de la película, donde trabajaba la chica que se enamoró el cartero y a la que le escribía las cartas. Ahora se llama il postino como la película, ya está remodelado, comimos una pasta vongole e cozze (almejas y mejillones). Por la noche regresamos porque iban a proyectar la película en la plaza del pueblo. Fue muy lindo verla en el lugar donde se había filmado, y reconocer los lugares perfectamente.
Al día siguiente preparamos el barco para salir por la tarde hacia Capri, fueron tres horas de navegación, con buen viento llegamos casi con la puesta de sol a los faraglioni, unas rocas que sobresalen del mar, como un perfecta escultura natural, la luna estaba llena y la noche luminosa, echamos el ancla y descansamos en ese mágico lugar, con la isla de Capri por babor y los rocas por estribor, había un poco de movimiento pero nada molesto.
En la mañana se acabo la magia cuando llegaron los barcos repletos de turistas. Nos dimos un baño antes de salir, el agua todavía estaba agradable: 24 grados. Subimos el ancla y salimos a navegar pasamos por el arco natural de uno de los farallones, y fuimos por la costa. Esta vez no subimos al pueblo de Capri, porque no teníamos donde dejar el barco, el puerto es pequeño. Pero en un viaje por tierra hace varios años la visitamos, es muy verde y tiene una plaza principal con mesitas al aire libre, pero lo más lindo es el mirador donde puedes ver los faraglioni, y los acantilados verdes que caen hasta el mar turquesa, te puedes quedar horas admirando la perfección de la naturaleza. Tengo un tío napolitano que siempre me hablaba de Capri, y si tenía razón, es de los lugares más lindos que he visto. Recuerdo que entre a una tienda de perfumes Carthusia donde allí mismo los fabricaban con las flores de la isla, todavía conservo uno de flor de limón con geranio.
Navegamos disfrutando la costa, pasamos por Positano y Amalfi, dos pueblos hermosos que dan al mar, verlos desde el barco es tan diferente porque ves el mar delante de ellos, la orilla tiene un tono turquesa, y las casas parece que están escalando en esos rocosos acantilados. Anclamos frente a Amalfi a descansar unas horas porque nos esperaba una larga navegación, salimos de madrugada rumbo a Calabria.
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